El Código de Ética de la Universidad de Lima tiene como finalidad explicitar los principios que la rigen y que orientan su diario quehacer. Estos principios coadyuvan al cumplimiento de la misión y al logro de la visión; asimismo, se alinean con los valores de la Universidad, con el Estatuto, con los reglamentos y
las demás normas vigentes.
Es importante que este documento sea interiorizado por todos los miembros de la institución, a fin de que cada uno asuma la responsabilidad de sus actitudes, decisiones y comportamientos.
Quienes gestionamos la Universidad de Lima estamos convencidos de la necesidad de
extender la educación cívica de calidad a la mayor cantidad posible de personas. De ahí el rol
central de los códigos de ética, implícitos o explícitos, llamados a convertir las instituciones
educativas en verdaderas escuelas de ciudadanía, inspiradas en un auténtico espíritu
republicano, en las que se enseñe y aprenda a pensar correctamente para vivir rectamente,
en las que se enseñe y aprenda a ejercer el derecho de participar democráticamente del
poder soberano y a acatar el deber de obedecer las leyes.
Si inculcamos en los estudiantes la sana convicción de que somos administradores y no
dueños absolutos de nuestros bienes, de que el saber debe ser puesto prioritariamente a
disposición del bien común y posteriormente a disposición del interés privado, estaremos
creando la condición de posibilidad de una morada feliz, sabia. Los griegos llamaban a esa
morada ethos (con e larga). De ahí viene “ética”, a saber, el conjunto de normas no
imperativas que dan forma al arte de convivir en sociedad. Normas consensuadas en un
trabajo comunicativo, en una paciente interacción educativa, en un proceso cuidadoso, en un
camino reflexionado, dialogado, amable, que tiende a la vida buena o, como decían los
griegos, a la menos mala posible.
Ahora bien, en el acto concreto, práctico, de caminar ese camino, damos forma a deberes que
asumimos independientemente de toda recompensa o castigo, e incluso de toda esperanza. A
esto último los griegos también lo llamaban ethos (pero con e corta, correspondiente a mos o
mores en latín, de donde viene “moral”). La moral empieza en el momento en que somos
libres de juzgarnos y de regirnos a nosotros mismos; la moral no tiene, pues, necesidad del
porvenir, solo el presente le basta para construir ahora, mediante la educación, una morada
inclusiva de personas interiormente íntegras y exteriormente transparentes.
Nuestra voluntad siempre está dispuesta a someterse a esas máximas que le parecen
universalmente válidas y exigibles. Por eso, a la pregunta ética, teórica, ¿cómo vivir? sucede la
pregunta moral, práctica, ¿qué debo hacer en esta circunstancia concreta? La paradoja de la
moral es que solo es válida en primera persona, pero universalmente (pues todo ser humano
es un “yo”). Entonces me someto personalmente a una ley que creo vale, o debe valer, para
todos. “La moral –decía Alain– no es nunca para el vecino: quien se ocupa de los deberes del
vecino no es moral sino moralista” (Comte-Sponville, 2002).
Esperamos, pues, que el código que aquí presentamos cale hondo en la conciencia de cada
uno de los miembros de nuestra comunidad universitaria.